martes, 17 de agosto de 2010

El “cristal” del Cónsul estadounidense en Puerto Rico durante el año 1898

La guerra entre España y Estados Unidos de América de 1898, tuvo resultados distintos para Puerto Rico, de los que esperaban los residentes en la isla.[1] Los partidarios de la invasión, los cuales tenían la esperanza de libertad (al culminar el dominio español) y de un sistema político y económico que les abriera las puertas a mejores condiciones comerciales[2] , se encontraron nuevamente ante un gobierno militar y posteriormente a la ley Foraker. Este nuevo gobierno tampoco trajo la igualdad y la democracia por las cuales eran, idílicamente, vistos los Estados Unidos de América. Los trabajadores se encontraron en la misma situación de miseria e injusticia salarial en la que estaban antes.[3] Para conocer más del proceso de invasión, hemos decidido echar un vistazo a las misivas del cónsul estadounidense en Puerto Rico, durante el año 1898, Philip C. Hanna. No es nuestra intención hacer un ejercicio crítico de las acciones del gobierno de Estados Unidos ni del señor Cónsul, pero si tratar de ver, desde el punto de vista de un extranjero y a su vez ciudadano estadounidense, los eventos de la guerra en respecto a la isla.

Philip C. Hanna sirvió como cónsul estadounidense desde enero de 1898, relevando del cargo a John D. Hall, y se convirtió en el último estadounidense en ostentar el cargo. Su estadía en la isla como cónsul fue corta, pues ya para el 8 de abril había sido reubicado en la isla de San Tomás (Saint Thomas) por razones de seguridad. Las relaciones políticas entre España y los Estados Unidos de América ya estaban caldeadas desde la entrada del acorazado Main a la bahía de La Habana, Cuba, en febrero del 1898.[4] Las cartas de Hanna, donde rendía informes sobre la estatus de la capacidad militar en Puerto Rico y la situación de los ciudadanos estadounidenses radicados en estas tierras, las despachó desde Saint Thomas y la información la obtenía de manos del Cónsul británico y amigos personales[5], según se lee en dichas comunicaciones. En estas misivas, también expresaba su opinión al respecto de la situación social de los puertorriqueños, las inclinaciones anexionistas de algunos, su interpretación del perfil del puertorriqueño y sugerencias de carácter militar.

En una de sus primeras cartas, dirigida al Subsecretario de Estado, William R. Day, fechada en enero 8 de 1898[6], Hanna hace notar la importancia de la sede consular y la necesidad que tiene de contratar un asistente clerical, dado la “gran cantidad de trabajo en esta oficina”. Hanna engrandece su posición desde el principio y esta práctica es una constante en el lenguaje de sus cartas. Al parecer, sus informes estaban “cargados” con la intensión se congraciarse con la Secretaría de Estado y así conseguir sus favores, más allá de los beneficios de su cargo, tal vez en alguna posición política. Es notable el interés de Hanna de tener una participación más activa en los asuntos y las decisiones tomadas en respecto de la isla. Por otra parte, su trabajo de “espionaje” comenzó temprano en el año. Para finales de febrero informaba de las preparaciones militares que se daban en San Juan con la instalación de nuevos cañones y el refuerzo de las fortificaciones de la ciudad así como la solicitud, por parte del gobierno español, de un listado de los ciudadanos estadounidenses residentes en la isla.[7] Reporta también, en otra carta[8], sobre la pobreza en recursos de combustible (carbón) que se conservaban en la isla para los barcos españoles y del reabastecimiento de esta estación en esos días, además de la continuación del reacondicionamiento de las fortificaciones. Estos informes continuaron, posteriormente, desde la isla de Saint Thomas, donde recibía los datos por vía del Cónsul británico, como hemos dicho antes.

En los primeros días de abril solicitó la presencia de una flota naval en las cercanías de Puerto Rico o en las aguas de Saint Thomas. Esta sugerencia la había hecho ya para el 19 de febrero[9] donde, hacía notar la importancia de que ningún barco de guerra entrara a puerto, pues como decía: “creo que se me ha dado el crédito de no alarmarme fácilmente o asustarme con facilidad en la línea del deber”. Por supuesto, no quería que sus compatriotas pensaran que su Cónsul se había asustado al solicitar un barco de guerra para estacionarse en la isla. También solicitó un código de comunicación para enviar cablegramas de forma segura y secreta, lo cual le fue concedido. Entre los informes de estatus militar que despachó, indicaba la disponibilidad de soldados que tenía España en la isla. Según Hanna, el ejército español contaba con un promedio de 4,600 regulares, de los cuales 2,000 estaban en la ciudad de San Juan, 1,000 en Ponce, 1,000 en Mayagüez y 600 dispersos por la isla.[10] Añadía que, España reclamaba poseer en las fuerzas coloniales (milicianos), unos 7,000 hombres (esta milicia estaba constituida de jóvenes criollos). Hanna no hizo mención de la distribución de la milicia por la isla en ninguna de las comunicaciones a las que tuvimos acceso. Por medio de telegrama y posteriormente vía carta, Hanna reporta la colocación de minas acuáticas en la bahía de San Juan, por parte de España y confirma posteriormente esta información en una carta fechada el 28 de mayo de 1898.[11] El 14 de julio, el Cónsul, emite una misiva en la que informa sobre los hallazgos de un grupo de espionaje enviado por él a Puerto Rico. En esta carta reporta que el barco de vapor, Antonio López, había desembarcado su carga, “cerca de San Juan para evitar su captura”, y que la misma consistía de “cañones, armas y suministros de guerra”, así como el hecho de que estos artículos estaban en mal estado.[12] Otra información contenida en esta carta es el hecho del estado de los cañones existentes en San Juan, la cantidad de municiones y la tecnología de guerra disponible. Se extrae del despacho que los cañones llevaban años esperando a ser montados, y en su mayoría estaban oxidados, más, que las municiones para éstos era abundante, pero deteriorada. En cuanto los cañones de nueva tecnología, indica que las municiones para éstos era limitada.

Estos reportes deben haber sido de alguna importancia para las fuerzas navales y la armada estadounidense, sin embargo parece que en otros aspectos de las comunicaciones, éstas cayeron en oídos sordos. Insistentemente, el cónsul Hanna sugiere una pronta invasión de la isla de Puerto Rico. Esta sugerencia fue prestada vía carta desde principios de mayo y repetidas veces hasta el mes de julio. Sin embargo y a pesar de la insistencia de una pronta acción por parte del Cónsul, no es hasta el 25 de julio que se efectuó el desembarco por Guánica. Hanna señaló la facilidad con la cual se podía invadir la isla con sólo 10,000 soldados, pues estaba convencido que los puertorriqueños asistirían en esto, revelándose contra España.[13] Inclusive, propone que la invasión sea por el área Sur, mencionando Ponce o por el área Este, al mencionar Fajardo.[14] Ambos puertos, citando a Hanna, estaban “pobremente protegidos” y no tenían fortificaciones. El cónsul llega a mencionar la posibilidad de desembarcar en Mayagüez, pero le dio más énfasis al área Sur por razones prácticas; la única ruta de calidad para transportar equipo pesado era la Carretera Militar.[15] Comenta las facilidades y las dificultades de los distintos puntos sugeridos para el desembarco de las tropas de infantería. En una carta del 7 de junio[16], planteó la necesidad de aumentar la cantidad de tropas sugeridas a 25,000 soldados; propone el desembarco en Ponce, luego un segundo desembarco en Mayagüez y que las tropas dejadas allí marcharan hacia Aguadilla, los cuales fueran a encontrarse con otro grupo dispuesto en ese pueblo y así moverse hacia Arecibo, mientras los soldados dejados en Ponce se fueran acercando a San Juan para encontrarse con la flota naval en la capital fortificada. Explicó que de Arecibo a San Juan podía usarse un ferrocarril existente para transportar las tropas. En cuanto a Fajardo, detalló el hecho de la carencia de buenas carreteras pero sugirió la posibilidad de mover tropas livianas de Fajardo hacia San Juan por la corta distancia a ser recorrida.

Es curioso para nosotros el gran conocimiento militar y estratégico que tenía este cónsul y nos preguntamos si su nombramiento estuvo relacionado a la intención de Estados Unidos de América en poseer las colonias españolas; para que sirviera más como espía que de funcionario de relaciones comerciales. En una de sus cartas, Hanna se refiere a sus “experiencias durante la guerra en Venezuela en 1892”[17], lo cual pudiese ser tomado como indicador de que su labor consular ya había estado relacionada con la recopilación de datos de importancia militar. Pero eso es harina de otro costal y pura especulación de nuestra parte.

Hanna reconocía el valor estratégico de Puerto Rico en el Caribe, cuando decía que la isla debía tomarse de inmediato y hacerla una estación de reabastecimiento de carbón para su país y al mismo tiempo cortar esa facilidad a la flota naval española. Aparentemente la Secretaría de Defensa recibió estos informes, pues los movimientos de tropas y desembarcos que realmente se realizaron durante los días de la invasión, son muy parecidos a los propuestos por Hanna. Algo muy interesante que debemos reseñar, es la solapada crítica que Hanna hace al ataque efectuado sobre la ciudad de San Juan, en la madrugada del 12 de mayo. Usamos la palabra “solapada”, porque en su carta de la misma fecha, se disculpa diciendo que no era su intención criticar, solo expresar su opinión al respecto tomando en consideración su experiencia de la situación.[18] Decía que el simple bombardeo sobre San Juan para luego irse, dejó un “mal sabor” y que los “americanos”, así como sus propiedades, serían destruidos.Además hace mención sobre el sufrimiento que tendrían los cubanos y amigos puertorriqueños (o de otras nacionalidades), al dejar la isla en manos de España.

El otro aspecto que vamos a reseñar es la interpretación del perfil socio-cultural del criollo, vista por el Cónsul estadounidense. Para el señor Hanna, la clase trabajadora de Puerto Rico, era una muy dispuesta a trabajar, aún por salarios bajos.[19] Decía que: “se contentan con vivir de comida barata y visten ropas muy pobres y habitan en casa muy pobres”. Mencionaba que la isla estaba densamente poblada y que había “algunos miles de obreros puertorriqueños listos a llenar empleos vacantes y a un bajo precio”.[20] En cuanto a la personalidad en general y las costumbres decía el puertorriqueño común era callado, cortés, atento, templado, ordenado, honesto y decididamente educado.[21] Expresaba: “Las personas de este país nunca le dieron problemas a España y no lo harán a los Estados Unidos”. Escribió en una de sus cartas que la gente sólo pedía derecho al trabajo, un ingreso justo, educación para sus hijos y un buen gobierno de leyes americanas. Estaba convencido de que los puertorriqueños estaban listos para ser “americanos”.[22] Los comparaba con cualquier población de estadounidenses en una de las grandes ciudades. Su imagen del puertorriqueño era tan entusiastamente positiva que comentaba: “Hay pocos indigentes y un genuino vagabundo en Puerto Rico sería una curiosidad.”[23] Le las costumbres que le parecieron más pintorescas lo fue el “café” o cafetín. Escribió que en el café, el cual comparaba con la cantina (“saloon”) de Estados Unidos, se reunía gentes de todas clases y de ambos sexos en silencio y de manera ordenada a disfrutar media hora de descanso y a darse un sorbo de su bebida favorita.[24]

“Cada cual bebe lo que desea, pero de manera tan templada, que cuando un grupo ha terminado de beber y se retira, ni un experto podría decir quién bebió el brandy y quién el café, cada cual siendo igualmente discreto al respecto.”

Aunque compara al cafetín con la cantina estadounidense, hace la salvedad de que el cafetín eras un lugar apacible y tranquilo y expresó sus deseos de que nunca se convirtiera en el escandalosa y desordenada institución de la cantina o barra (“bar-room”) común en Estados Unidos. Es interesante mencionar que el cónsul Hanna alegaba nunca haber visto un puertorriqueño ebrio durante el año anterior a la guerra.

Esta visión entusiasta del Cónsul, le llevó a abogar por la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos de América. En un principio, durante los meses de la Guerra Hispanoamericana, su énfasis era en la invasión por razones prácticas, luego su lenguaje fue haciéndose más partidario de la instalación de un gobierno civil para la isla. En sus misivas, después de hacer las sugerencias de cómo efectuar la invasión de la manera más fácil y sin necesidad de lucha armada, incluía un párrafo en el que respetuosamente, pero de manera enfática, sugería el establecimiento de un gobierno civil con un sistema de aranceles y aduana al estilo estadounidense.[25] También proponía que no se cobraran aranceles a los productos locales, al entrar al continente ni a los productos provenientes del Norte al entrar a Puerto Rico.[26] Decía que:

“Los mercaderes puertorriqueños, diariamente se quejan de que en muchos aspectos, las tarifas, en efecto son más pesadas hoy que ninguna impuesta a ellos cuando España estaba en el poder; que muchos de los bienes usados en esta isla tienen hoy un impuesto de importación mayor, que el que tenían cuando los españoles estaban en el poder.”

En otra carta dijo que su corazón estaba puesto en ver a Puerto Rico libre del cruento yugo español.[27] Más adelante escribió: “Amo a los puertorriqueños; mi simpatía está con ellos y diariamente me suplican que induzca a nuestro gobierno que venga en su ayuda y los rescate de sus ataduras.”[28] En la última carta a la que hemos tenido acceso, el cónsul Hanna escribe claramente que, refiriéndose a los puertorriqueños, “aprecian las bendiciones del americanismo y serán excelentes americanos.”[29] Sus ideas de anexión, a la manera de los estados del Oeste, para la isla, cayeron en oídos sordos pero al menos la imposición de la Ley Foracker traspasó la gobernación de la isla de uno militar a uno civil. Seguramente Hanna debió quedar decepcionado de que su gobierno no decidiera establecer un sistema de autogobierno a la manera estadounidense. Interesantemente, el último cónsul de la nación más poderosa de América en el siglo XIX, en Puerto Rico, pasó de ser oficial de asuntos comerciales a espía y terminó enamorado de la isla y su gente, abogando por el bienestar de los puertorriqueños.

Notas al calce

[1] Francisco A. Scarano, Puerto Rico: cinco siglos de historia (San Juan, PR: 1993), pág. 548

[2] Ibíd. pág. 549

[3] Ibíd.

[4] Ibíd. pág. 543

[5] Philip C. Hanna, “Despacho No. 53”, Gervasio Luis García Rodríguez, Emma Dávila Cox, compiladores, Puerto Rico en la mirada extranjera (San Juan, PR: 2005), pág. 309

[6] Philip C. Hanna, “Despacho No. 16”, Ibíd. pág. 75

[7] Philip C. Hanna, “Despacho No. 41”, Ibíd. pág. 307

[8] Philip C. Hanna, “Despacho No. 42”, Ibíd.

[9] Philip C. Hanna, “Despacho No. 32”, Ibíd. pág. 306

[10] Philip C. Hanna, “Despacho No. 56”, Ibíd. pág. 310

[11] Philip C. Hanna, “Despacho No. 66”, Ibíd. pág. 311

[12] Philip C. Hanna, “Despacho No. 89”, Ibíd. pág. 317

[13] Philip C. Hanna, “Despacho No. 53”, Ibíd. pág. 309

[14] Philip C. Hanna, “Despacho No. 56”, Ibíd. pág. 310

[15] Philip C. Hanna, “Despacho No. 73”, Ibíd. pág. 314

[16] Ibíd.

[17] Philip C. Hanna, “Despacho No. 32”, Ibíd. pág. 306

[18] Philip C. Hanna, “Despacho No. 57”, Ibíd. pág. 310

[19] Philip C. Hanna, “Despacho No. 110”, Ibíd. pág. 78

[20] Ibíd.

[21] Philip C. Hanna, “Despacho No. 140”, Ibíd. pág. 320

[22] Philip C. Hanna, “Despacho No. 72”, Ibíd. pág. 312

[23] Philip C. Hanna, “Despacho No. 140”, Ibíd. pág. 320

[24] Ibíd.

[25] Philip C. Hanna, “Despacho No. 128”, Ibíd. pág. 319

[26] Philip C. Hanna, “Despacho No. 125”, Ibíd. pág. 82

[27] Philip C. Hanna, “Despacho No. 92”, Ibíd. pág. 318

[28] Ibíd.

[29] Philip C. Hanna, “Despacho No. 140”, Ibíd. pág. 320

Bibliografía

García, Gervacio Luis y Emma Dávila Cox, compiladores. Puerto Rico en la mirada extranjera: La correspondencia de los cónsules norteamericanos, franceses e ingleses, 1869 > 1900. San Juan, PR: Centro de Investigaciones Históricas. Decanato de Estudios Graduados. Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras, 2005.

Scarano, Francisco S. Puerto Rico: Cinco siglos de historia. San Juan, PR: McGraw Hill, 1993

1 comentario:

  1. Me encantaria encontrar la bibliografia entera y poder leer completo. muy interesante, ahora estoy preparando todo para el cumple de mi marido en uno de los salones de fiestas pero cuando termine, me voy a poner en busqueda

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